Cuando era un niño mi padre me construyó una cometa con una tela roja, unas varillas de caña y una larga cola con lazos atados. Para volarla la sujetaba con una cuerda de bramante que enrollaba en un palo de madera. Así nació en mí la afición por las cometas, que ahora de mayor comparto con Ana, Carlos, Sergio, Enzo y Saúl.
Espero que algunas cosas que veáis en este blog os animen a practicar y compartir esta afición tan agradable y entretenida. Las cometas no son simples juguetes, sino que representan un medio a través del cual se expresa la cultura y el arte de numerosos pueblos del mundo.
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El norteamericano Benjamin Franklin (1706-1790) es conocido
principalmente como inventor del pararrayos. Pero también aportó otros nuevos conocimientos
científicos referentes a la electricidad. Precisó la naturaleza de la corriente
eléctrica, haciendo referencia a unas partículas extremadamente pequeñas que
podían penetrar incluso en los metales más densos. Hoy llamamos a estas
partículas electrones. Diferenció las dos clases de electricidad, positiva y negativa, y demostró que el cuerpo humano era conductor de la
electricidad.
Franklin también se interesó por el estudio de los rayos que
se producen durante las tormentas. Intuyó que consistían en una gran descarga
eléctrica entre las nubes y el suelo. Para demostrarlo realizó la aplicación
científica más famosa que se ha hecho con una cometa.
Benjamin Franklin el inventor del pararrayos
En el verano de 1752, Franklin, ayudado por su hijo, elevó una pequeña cometa hecha con un pañuelo de seda cuando se aproximaba una tormenta. El mismo escribió lo que sucedió después:
“En el extremo de la caña vertical de la cometa hay que
fijar un alambre terminado en punta muy aguda y que sobresalga de la caña o
madera un pie o más. Al extremo del hilo próximo a la mano hay que atar una
cinta de seda, y en el nudo que forman el hilo y la seda puede sujetarse una
llave. Debe echarse a volar la cometa cuando se sienta venir una ráfaga
tormentosa. La persona que sostiene la cuerda debe mantenerse dentro de la
puerta o ventana o a cubierto, con el fin de que no se moje la cinta de seda,
pero cuidando de que el hilo no toque el marco de la puerta o ventana. En
cuanto cualquiera de las nubes tormentosas entre en contacto con la cometa, el
alambre puntiagudo extraerá de ella la chispa, la cometa y todo el hilo
quedarán electrizados; los filamentos sueltos de la cuerda se pondrán de punta
y se sentirán atraídos cada vez que se acerque a ellos un dedo. Cuando la lluvia
haya mojado la cometa y el hilo, de forma que puedan conducir libremente el
fuego eléctrico, se notará su caudalosa corriente por la llave al tocarla con
los nudillos. En esta llave puede cargarse la batería, y del fuego eléctrico
así obtenido pueden encenderse gases y pueden realizarse todos los otros
experimentos eléctricos que suelen hacerse ordinariamente frotando un tubo o globo.
Con ello queda plenamente demostrada la identidad entre el rayo y la materia
eléctrica”.
Aunque Franklin tuvo mucho cuidado de quedar bien aislado,
no fue menos la suerte de que no quedara electrocutado. La descarga eléctrica
de un rayo es de unos cinco millones de voltios. Volar una cometa en un día
tormentoso es sumamente peligroso, por lo que no se debe intentar repetir el
experimento de Franklin.